- Kuznetsov, discípulo del capitán Araña
- Las predicciones de Batra
s oficial: el mundo llegará a su término a fines de mayo del año entrante y más vale encerrarse en una cueva o catacumba bien acondicionada para resistir el suceso. Se recomienda almacenar mucha agua potable, gasolina en abundancia, gas embotellado, una buena cantidad de alimentos enlatados y deshidratados (la eternidad es larga) y, por supuesto, unos 30 kilómetros de papel higiénico por persona. El aposento ha de disponerse de manera que existan en él espacios separados para hombres y para mujeres y áreas privadas dotadas de un sistema eficaz de eliminación de desechos. Esto último es crucial pues, en caso de no haberlo, el Apocalipsis les llegará a los habitantes del refugio mucho antes que a los incautos que permanecen al aire libre. Esto piensan los integrantes de una “Auténtica Iglesia Ortodoxa Rusa” que desde fines del mes pasado se atrincheraron en una caverna cavada por ellos mismos en los alrededores de Nikólskoye, región de Penza, medio millar de kilómetros al sureste de Moscú. Los bienaventurados escucharon el exhorto de Piotr Kuznetsov, un individuo incierto de 43 años a quien sus seguidores llaman “padre Piotr”, académico, reciente huésped de un hospital siquiátrico, y quien hace poco fue deportado de Bielorrusia por “posesión de literatura prohibida” y por realizar “actividades misioneras ilegales”.
Las autoridades rusas han montado un dispositivo de seguridad en torno a la entrada de la caverna y tratan de convencer a sus 29 ocupantes –en su mayoría, mujeres ucranianas y bielorrusas— de que dejen salir a los cuatro menores de edad (se habla incluso de un niño de año y medio) que tienen con ellos. la situación es preocupante porque las temperaturas de la región andan ya por los cero grados y descienden día con día. Al parecer, hasta ahora no se ha adoptado ninguna medida de fuerza y la punta de lanza gubernamental no está compuesta por tropas de asalto sino por médicos y sicólogos que se empeñan en rescatar a los apocalípticos por las buenas. Pero hay datos ominosos: se ha prohibido a los periodistas acercarse a los alrededores de la cueva y los ocupantes de ésta amenazan, por su parte, con prenderse fuego si intentan sacarlos por las malas. Kuznetsov, por su parte, en imitación de aquel portugués Aranha que en el siglo XVIII reclutaba marineros para las Indias Occidentales sin arriesgarse él mismo a pisar la cubierta de las embarcaciones, está fuera del recinto y asegura que se unirá a su gente en mayo próximo. Se sabe también que originalmente el líder espiritual leyó en los astros que el Anticristo llegaría en marzo, pero que decidió posponer un poco el acontecimiento para evitar que coincidiera con las elecciones presidenciales rusas y atajar cualquier posibilidad de que el Fin del Mundo se politizara.
Anticristo es todo un enredo. Catholic.net asegura, en nombre de “nosotros, los católicos”, que los textos bíblicos que se refieren a él no deben ser tomados al pie de la letra y que “el anticristo y los anticristos son una realidad misteriosa muy profunda en la historia humana; es el poder del mal en toda la humanidad; es la realidad del pecado y de la maldad que se ha manifestado y sigue manifestándose en personajes históricos, en grupos de personas, en tendencias anticristianas, en sistemas políticos y económicos que quieren aplastar los grandes valores del Reino de Dios: el amor entre los hombres, la justicia en el mundo, la verdadera paz, la fraternidad y la solidaridad”; que “se encarnan en instituciones humanas, en intereses mundiales que proclaman sutilmente, y a veces abiertamente, la guerra a la Iglesia de Cristo, el atropello a los derechos humanos, la idolatría del dinero, del sexo y del poder”, y que su acción se percibe “en los cultos satánicos, en los suicidios colectivos, en las ideologías que han llevado a algunas personas a cometer verdaderos genocidios”. La Enciclopedia Católica, en cambio, propone que “será una persona humana, tal vez de extracción judía”, o bien que fue alguien del pasado (Nerón, Dioclesiano, Julián, Calígula, Tito, Simón Magus, Simón el hijo de Giora, El gran Sacerdote Ananás, Vitellius...). Ambas fuentes coinciden en que son el papado en general, o un Papa en particular, las entidades más frecuentemente identificadas con el Anticristo, lo que, aclaran con rapidez, no quiere decir que lo sean.
El Fin del Mundo es un tema buenísimo y da para muchas variantes. Una muy socorrida es la de los survavilists gringos que en décadas recientes, cuando parecía que Estados Unidos y la URSS (quepd) se iban a agarrar a coscorrones nucleares, reforzaban sus sótanos, hacían acopio de latas de atún, agua embotellada, pilas desechables, monedas de oro, toallas higiénicas y cartuchos de escopeta, y se enterraban a esperar que el mundo entero quedara convertido, tras el holocausto atómico, en una escenografía de la película Mad Max. La perspectiva dio margen a una copiosa lista de manuales, novelas y alegatos impresos sobre el inminente final y la mejor manera de enfrentarlo, y varias dependencias oficiales de Washington se encargaron de alimentar la paranoia imprimiendo y distribuyendo manuales de sobrevivencia para la tercera guerra mundial. Otras variedades de La Gran Amenaza, advocación laica del Anticristo, han sido una hecatombe financiera, el fallo generalizado de las computadoras en el año 2000 o las catastróficas consecuencias del cambio climático, un cambio que pasó del invierno nuclear, tan de moda en los años ochenta al actual calentamiento global por culpa del dióxido de carbono. Algunos masoquistas impenitentes hacen listas de todas esas amenazas, más otras: el asteroide que chocará con la tierra, el establecimiento de una feroz dictadura planetaria (como si no hubiera ya una: la de los capitales financieros) o el surgimiento de algún virus verdaderamente desalmado.
Entre la mucha basura divertida (guácala, qué rico) que hay en mi biblioteca destaca La gran depresión de 1990 (The Great Depression of 1990), del economista gringo-paquistaní Ravi Batra, quien en los años previos al del título resolvió su crisis financiera personal augurando una de dimensiones planetarias que, por supuesto, no ocurrió nunca. Durante cinco semanas consecutivas, el librito estuvo en la lista de los bestsellers de The New York Times y se vendía a 17.95 dólares, lo que presumiblemente dejó al doctor Batra en una posición muy sólida para enfrentar la debacle económica pronosticada en el volumen, más otras que pudieran venir después. Hoy en día un ejemplar de esta traducción, publicada por Grijalbo, alcanza en Internet el asombroso precio de tres mil pesos colombianos (un dólar con 48 centavos) y me congratulo de poseer semejante tesoro bibliográfico.
Ciertamente, en 1978 Batra había predicho la crisis final del comunismo, pero con dos fallas importantes: auguró que ésta vendría acompañada por la bancarrota final del capitalismo y anunció el advenimiento, en Rusia, de una era dorada para los intelectuales, académicos y sacerdotes. A la postre, la realidad decidió instaurar en la Rusia postsoviética una edad de oro de los mafiosos. En 1980, Batra “predijo” la caída del Sha de Irán (ocurrida un año antes) y la guerra entre ese país e Irak (ya en curso, para entonces), y en 1999 volvió a la carga con augurios estremecedores sobre “el crack del milenio”. No entiendo cómo es que los directivos de la Universidad Metodista del Dallas, en donde Batra “enseña” economía, no lo han echado a patadas, pese a que en 1993 el tal profesor fue distinguido con el Premio Ig Nobel. Va una súplica para los apocalípticos de Rusia: suelten a los niños, manden pedir cobijas adicionales para el invierno y quédense tranquilos en su caverna a esperar el fin del mundo.
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